narra ante el pueblo reunido, sus vivencias y recuerdos;
y concluida su exposición, dan inicio los festejos.
Por esta tribuna pública, pasaron personajes del pueblo.
Profesores, maestros, arqueólogos, militares y médicos;
unos han escrito artículos, libros y conferencias con éxito,
como Eladio García, Emilio Testa o Valeriano Romero.
Han narrado costumbres, orígenes de este pueblo,
aportando documentos y grandes conocimientos.
Por eso, esa noche, yo, que hago de pregonero;
pobre aprendiz de poeta, aficionado al verso,
en vuestra consideración y benevolencia confiado
en que perdonéis éste mi atrevimiento,
de exponer este pregón, completamente en verso.
Este caso sólo se ha dado, que yo tenga conocimiento,
en pregón de Semana Santa sevillana y con éxito;
más lo pregonó el gran escritor: Antonio Rodríguez Buzón.
De ahí mi insitencia, que perdonéis mi atrevimiento.
Aunque soy torreño, en Torre del Mar yo vivo
y descanso en su paseo, el agua mansa contemplando,
mientras sentado en el faro, me abstraigo en el recuerdo.
Veo con nitidez, en el balcón, a un niño pequeño,
que asomado a la reja, en medio de gran silencio,
todo el campo en penumbra, sólo la luz del lucero
que acompaña a la luna, allá en lo alto del cielo.
Allá en la lejanía, en medio del gran silencio,
se oye el sonido pausado que emiten los cencerros.
Vienen por el camino de Siles; por piedra de Genaveros,
dos vacas, grandes, bravas, rodeadas de cabestros;
con ellas, sólo los gañanes van formando el cortejo.
Una hora antes, la Guardia Civil, ha realizado el despejo.
Impacientes, los jóvenes, en el callejón de Pedro Herreros,
escondidos y en silencio, esperan la llegada del encierro.
Pasan la era de Juan Vélez, con cansino paso lento,
y bordean al que hoy llamamos el cuartel viejo;
enfilan la cuesta arriba, del quiñón de Don Pedro;
atraviesan la carretera, en semipenumbra, todo quieto;
sólo se oye el sonido de la esquila, y la voz del cabestrero,
que con voz firme y pausada, va llamando: ¡Porteroo, Porteroo...!
Al llegar al pajar del Mayoral, el cabestrero sale corriendo;
saltan rápido detrás los del callejón de Pedro Herreros,
y en un abrir y cerrar de ojos, han recorrido el trayecto.
Cipriano, el electricista, enciende las luces del pueblo,
de tan baja intensidad, que un carburo haría bueno,
pues la electricidad de Arroyo Frío, es de un salto pequeño.
Día seis. Nace el alba. El sol sale por el "Utrero".
Llega la media mañana y da comienzo el toreo.
De barrera a barrera se corre y alcanza en salto certero;
también en el pilar, de cabeza sumergen cuerpo entero.
La vaca les persigue, con intención de cogerlos;
una viga el pilón atraviesa, y sirve de parapeto,
logrando que salga indemne el arriesgado mozuelo.
Con alegría, de Molinicos la banda, ameniza el suceso;
y así, los tres días en tu honor, Señora, son todo alegría y contento.
No puedeo dejar de contar, un desconocido suceso.
En la Plaza de la Iglesia, torearon Padrés y Montero,
dos toreros de Albacete, que en el transcurso del tiempo,
llegaron a ser famosas figuras del escalafón torero.
Mecido por la suave brisa de Levante, con mar quieto,
acude a mi memoria, algo que contaron hace tiempo
testigos presenciales, de infasuto y luctuoso suceso.
¡Malhaya "el polvorilla", que en Villarrodrigo debió estar quieto,
y malhaya los cuatro tontos del pueblo que le siguieron!,
que por furor anticlerical, sin razón ni fundamento,
tan indeseable tropelía, e innoble acto cometieron.
Que la talla de madera, de un maestro imaginero,
desde lo alto de la torre tiraron, y romperla quisieron.
Tras tres fallidos intentos, lograron romperle, sólo un dedo;
y con saña destructora, y con encono blasfemo,
con hachas la trocearon y quemaron sus restos.
Si esa talla presidera el retablo, en la iglesia del pueblo,
tendría valor incalculable, no sólo en arte, sino en dinero.
Más, de poco les sirvió su anticlericalismo horrendo,
pues a la primera ocasión, las gentes de éste su pueblo,
encargaron otra talla a devoto imaginero,
que puso corazón y alma, para tallar rostro tan bello,
y policromó su bonita cara, y su manto azul cielo.
¡Estáis tan guapa, Señora, con el niño Dios en los brazos,
que el que os mira un sólo instante, queda rendidamente prendado!
Olvidemos el feo pasado, volviendo a más grato recuerdo.
Siendo un joven seminarista, se me quedó grabado a fuego.
Desconozco las causas, pero en la Catedral reunieron,
todas las patronas de Jaén provincia, con todos sus pueblos.
En solemne procesión, de la Catedral salieron,
bajaron por "La Carrera" y en Plaza Palmeras coincidieron.
Allí las esperaban habitantes de todos los pueblos;
fueron pasando al son de bandas, tocando a paso lento;
unas, con ropajes tejidos con hilos de seda y oro;
otras, con mantos bordados, sobre lujosos terciopelos;
otras, con collares de perlas, de la garganta pendiendo;
las más, prendidas en la pechera, joyas de valor sin cuento.
Aparece la Virgen del Campo, la Patrona de mi pueblo,
que por todo adorno lucía, unas flores en el basamento;
y se produjo un silencio, de admiración y respeto.
Uno de los allí congregados, gritó a pulmón pleno:
¡La más pobre y la más guapa! ¡Guapa, guapa...!,
y el gentío allí concentrado, le siguió con gran estruendo,
gritándole: ¡guapa, guapa, guapa!, alguna lágrima en los ojos
y todos con rostros de admiración y contento.
Por más tiempo que viva, nunca olvidaré el momento;
que aún a mis ojos afloran lágrimas, por tan gozoso recuerdo,
y eso palía la pena del feo anterior narrado suceso.
Regreso a tiempos actuales, y con satisfacción contemplo,
cómo esperan el autobús, los jóvenes de este pueblo,
apenas alzada el alba, y en el más crudo invierno,
para ir al instituto, y seguir aprendiendo;
y en tiempo vacacional aportan a casa su esfuerzo.
Otros profesan oficios: electricistas, fontaneros;
y los más, a la agricultura dedican todo el tiempo,
haciendo destalle, poda, o tractores conduciendo;
labrando o curando, y la aceituna cogiendo;
así, durante todo el año, haga bueno o mal tiempo
¡Que no todo es botellón, o maléfico porreo!
¡Que es un sambenito colgado, sin ningún fundamento!
¡Jóvenes!, si me lo permitís, os quiero dar un consejo:
tengáis cualquier idea política, o profeséis cualquier credo,
dialogad y dialogad, más sin llegar a enfrentamientos;
para que nunca más vuelvan aquellos pasados sucesos,
que trajeron solamente, pobreza y sufrimientos.
Cada último domingo de Agosto, te dan un jubiloso paseo,
y en andas te llevan, casi volando, de ermita a iglesia del pueblo.
En lágrimas ardientes de pena, la cantarina fuente troca el canto.
Lloran incansables tu asuencia, el pino, la retama y el acanto.
Despiden reflejos con insistencia, rocas del castillo mientras tanto.
Embriagan de olores tu presencia, azucenas y lirios del campo.
Campanas dan la enhorabuena a tu entrada, que están esperando
los del pueblo, pues con ellos quedas, ese invierno tan deseado.
Y ahora me dirijo a Vos, Señora, y expreso mis sentimientos,
que espero haya coincidencia con los de la gente del pueblo.
Os pido, Señora y Patrona, que protejas a tu pueblo;
a esas mujeres animosas, que con sacrificio y esfuerzo,
venden souvenirs y otras cosas, para obtener algún dinero
que la hermandad e iglesia necesitan, para el mantenimiento.
Protege al Señor Alcalde, y a la comisión de festejos,
que durante todo el año trabajan con tesón y denuedo;
y con ilusión indomable, con más o menos dinero,
logran sacar adelante, cada vez, mejores festejos.
Protege esas jóvenes peñas, que con ánimo y empeño,
dan colorido a las fiestas, con jolgorio jaranero.
Especialmente protege a Paco; Paco "el cojo", "pa" entendernos,
que año tras año nos viene, con su carácter fiestero;
canta, ríe, cuenta chistes, cuando presenta o da premios.
Con su manera de ser, alegra el acontecimiento,
y ya no digo que baile, porque sería un portento.
Señora del alma, finalmente, quiero pedirte un deseo:
que a los que somos mayores, nos protejas con esmero,
pues, al faro que guía nuestra vida, apenas queda un destello;
que al final de nuestros días, nos acojas en tu seno,
y en los pliegues de tu manto, nos subas contigo al Cielo;
para desde lo alto contemplar, como otros muchos pregoneros,
de generaciones futuras, con el mismo entusiasmo y deseo,
griten: ¡Viva la Virgen del Campo! ¡Viva la gente del pueblo!,
y con satisfacción anuncien: ¡que comiencen los festejos!
Buenas noches. Muchas Gracias. ¡Disfrutad del divertimento!
RICARDO GÉNAVE LÓPEZ
Sólo me queda agradecer la generosa hospitalidad de la que siempre hacen gala mis tíos, Alicia y Ricardo. Y en general, gracias a los torreños y torreñas, por acoger tan bien a los forasteros y hacerlos sentir parte del pueblo.
Muchas Gracias