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Ermitas de Jaén. Ermita del Cristo de Chircales de VALDEPEÑAS DE JAÉN


Cuadro del Santísimo Cristo de Chircales, patrón de Valdepeñas de Jaén
(foto: archivo propio)

Valdepeñas de Jaén y su Cristo de Chircales, patrón de la villa, son un todo. No se entienden lo uno sin lo otro. Valdepeñas profesa una intensa devoción hacia esta imagen de Cristo crucificado, representado en un lienzo casi tan antiguo como el propio pueblo. Desde el siglo XVI en que se fundara la villa y llegara el icono a este recóndito rincón de la Sierra Sur de Jaén, la fe que los valdepeñeros le profesan no ha hecho otra cosa que acrecentarse. El epicentro de tal devoción es su ermita, situada a escasos kilómetros de Valdepeñas, y de la que hoy nos ocupamos.

¿CÓMO LLEGAR?

Si tomamos como punto de partida la Plaza de la Constitución de la localidad, donde se encuentran la iglesia y el ayuntamiento, debemos tomar la calle Bahondillo en dirección Oeste. A 300 metros seguimos por la calle Santa Ana, continuación de la anterior, que nos sacará de Valdepeñas por una pequeña carretera asfaltada que cruza el cauce del río Ranea. La ermita de Chircales se encuentra a 5 km. del pueblo.

Ermita del Santo Cristo de Chircales, en el corazón de la Sierra Sur
(foto: archivo propio)

UN POCO DE HISTORIA

Antes de la fundación de la villa en 1539 ya existía en el cercano paraje de Chircales una comunidad de ermitaños que habitaban unas cuevas situadas en la ladera del cerro de Montesinos a más de 900 m. de altitud. A falta de excavaciones arqueológicas que lo confirmen, realmente la ocupación de estas cuevas -cuatro en total- podría incluso retrotraerse a los primeros siglos de nuestra era, pues está constatada arqueológicamente la presencia de pobladores romanos y posteriormente visigodos en el solar de la actual localidad de Valdepeñas y en la zona del Castellón (en las proximidades de la ermita).
En cuanto a la procedencia del nombre de Chircales, se desconoce por el momento, aunque Martínez Cabrera apunta a que probablemente se trate de una derivación del vocablo mozárabe Chircua, que hace referencia al género botánico quercus, al que pertenece, entre otras especies arbóreas, el quejigo, abundante en otras épocas en toda esta zona.
La noticia más antigua que se tiene del eremitorio de Chircales data de 13 de Abril de 1566, en que un vecino del pueblo, Juan Ruíz Castellano, funda un patronato (donación de un pedazo de tierra) en el que figura como administrador el primer ermitaño con nombre y apellidos de que se tiene constancia: Pedro Fernández. Estas obras pías para con la comunidad serán práctica habitual entre los vecinos de Valdepeñas a partir de estos momentos.
De los documentos de esta primera época se deduce que los ermitaños ya habitaban las cuevas de Chircales antes de la fundación del patronato de Juan Ruíz Castellano. No se menciona construcción religiosa de ningún tipo aún, por lo que utilizarían la cueva principal (anexa a la actual ermita) como lugar para sus rezos. Pronto el lugar se convertiría en un discreto punto de peregrinación.
Nombres propios de eremitas en esta primera época son el Maestro Gaspar Lucas, padre espiritual de la pequeña comunidad hasta 1590, o Ginés de Nápoles. Bajo la dirección de este último (1590-1609) se producen los dos hechos más relevantes de la historia de Chircales: la llegada del cuadro del Santo Cristo y la construcción de la ermita y la primera casa de la comunidad, lo que supone el abandono de las cuevas por parte de los ermitaños.
En el inventario de 1609 ya aparece el lienzo del crucificado. Fuera de los límites legendarios que envuelven la sagrada imagen y su llegada a Chircales, de lo cual existen diferentes versiones (aparición milagrosa, pastorcillos que la encuentran en la cueva, arrieros que la portan entre su mercancía y los ermitaños se la quedan...), lo más probable es que el lienzo fuera encargado a algún pintor de Jaén por el propio Ginés de Nápoles. Representa la escena del Calvario, con Jesucristo crucificado, San Juan y la Virgen María a sus pies y un ermitaño, de rodillas tras la Cruz, vestido con el hábito de San Pablo, que bien podría ser el propio Ginés de Nápoles, aunque este punto es sólo una hipótesis.
En cuanto al conjunto de la ermita y la casa de la comunidad, sufrirán tantas remodelaciones con el paso del tiempo que hoy no queda prácticamente nada de la construcción original.
La epidemia de peste de 1647-49 tuvo una especial incidencia sobre Valdepeñas, produciéndose cuantiosas bajas entre la población. Por esta razón, a partir de mediados del siglo XVII la devoción por el Santo Cristo de Chircales se incrementa considerablemente al suponer el consuelo divino la única salida a la desesperada situación de un pueblo que agoniza. La prueba de ello la tenemos en las abundantes donaciones (bienes y dinero) que recibe la ermita y las innumerables misas que los testadores dejan estipuladas en sus últimas voluntades.
En el año 1707 la ermita se encuentra en obras y sufre una remodelación que se alargará -con intermitencias- varias décadas, hasta la prelatura del Obispo Fray Benito Marín (1750-1769).
En los documentos de la primera mitad del siglo XVIII es cuando surge por primera vez la denominación de "santuario", lo que le confiere al lugar un status jurídico más elevado debido a las fundaciones -cada vez más relevantes económicamente- que se realizaban en Chircales, amén de una mayor afluencia de peregrinos y devotos que comenzarán a ofrendar a su Cristo exvotos de todo tipo, por los que este santuario se ha caracterizado siempre. El caudal económico va en aumento. Mediada la centuria, el santuario ya cuenta con un administrador propio y un capellán nombrado por el Obispo.
En el año 1772 fallece el último eremita de Chircales, con lo que se pone punto y final a la existencia de una comunidad que había cuidados del santuario durante más de dos siglos.


Escudo del Obispo de Jaén, Fray Diego Melo de Portugal, sobre la puerta de la ermita
(foto: archivo propio)

En torno al año 1804 el santuario sufre otra gran remodelación, siendo Obispo de Jaén Fray Diego Melo de Portugal (1795-1816), prelado que vivió algunos años en Valdepeñas de Jaén en un pequeño palacio episcopal que aún se conserva (esquina de la Calle Parras con Calle Obispo) y murió aquí el 22 de Enero de 1816. Es en esta época -primer tercio del siglo XIX- cuando se puede afirmar que el santuario alcanza su época de mayor esplendor. El rico patrimonio (tierras, casas, molino de aceite) se une a una devoción que traspasa los límites locales. Gentes de Martos, Fuensanta, Los Villares o Castillo de Locubín acuden en masa a venerar al Cristo de Chircales.
El nacimiento de la Cofradía del Santísimo Cristo de Chircales parece que guarda relación con la epidemia de cólera de 1834, tras la que un grupo de vecinos, agradecidos por haberse librado de la enfermedad, se comprometen a organizar la fiesta en honor al Cristo cada 14 de Septiembre.
En 1924 vuelve a restaurarse la ermita por iniciativa de los señores Don Miguel Henríquez de Luna y su mujer Doña María del Rosario Baíllo.
Finalmente, en 1974 y por suscripción popular el santuario afronta su última restauración. Es entonces cuando se le dota de electricidad.

LOS EREMITAS DE CHIRCALES

La fundación del eremitorio de Chircales cerca de Valdepeñas de Jaén se enmarca en el ambiente espiritual y místico que inunda la España del XVI. La Diócesis de Jaén no será una excepción. La presencia de Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz por estas tierras, unida a la predicación de San Juan de Ávila desde la Universidad de Baeza -creando una verdadera escuela de discípulos amantes de su magisterio y ejemplo de vida-, será fundamental en el nacimiento del movimiento eremítico, del que forma parte nuestra comunidad de Chircales.
Con la preceptiva licencia por parte del Obispado de Jaén, estos ermitaños de Chircales fundaron una humilde comunidad, adoptando la regla de San Pablo. Su vida era de silencio, trabajo, oración, ayuno y penitencia. Unos laicos, otros sacerdotes, en general se trataba de personas sencillas que vivían de su trabajo en el campo o cuidando ganado, de las limosnas de la gente y muy pocos de sus propias rentas. Vestían túnica de lino, tipo franciscano, recogida por un cíngulo. El encargado de recibirlos en Chircales era el patrono de la obra pía. Éste, atendiendo a las cualidades del interesado y del propio grupo, decidía admitirlo o rechazarlo. El postulante, previa experiencia de convivencia con los demás hermanos, era autorizado para pedir el hábito, que era impuesto por el párroco de Valdepeñas, previa autorización del Obispo.
 
LAS CUEVAS DE CHIRCALES

Como se ha apuntado anteriormente, existen hasta cuatro cuevas, situadas en las proximidades de la ermita. Tres de ellas se encuentran hoy en una finca privada, en la parte alta del santuario. La más interesante y conocida es la denominada "Cueva de los Milagros". Anexa a la ermita, es la más grande de todas y se puede visitar. Aunque se trata de una cueva natural, han sido picados los laterales y la parte alta hasta formar una bóveda. Posee dos pilares de roca natural, labrados toscamente, a modo de sostén del techo. El fondo de la cueva se estrecha un poco y se halla en esta parte una hornacina en la pared donde hoy se ha colocado un pequeño altar. Se deduce que ésta pudo ser la cueva utilizada como oratorio en los primeros momentos de existencia del eremitorio.

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Dos imágenes del interior de la llamada "Cueva de los Milagros", junto a la ermita de Chircales.
(fotografías: archivo propio)

LA ERMITA DEL CRISTO DE CHIRCALES

El edificio de la ermita de Chircales es una construcción sencilla, de pequeñas dimensiones. Tiene planta rectangular cubierta con bóveda esquifada. La zona del presbiterio queda elevada, accediéndose mediante escalinata central. Tras el altar se alza el retablo que contiene el lienzo del Cristo de Chircales, enmarcado por dos columnas corintias que sostienen un entablamento rematado por frontón semicircular decorado en su centro por un medallón con el Corazón de Jesús rodeado de potencias doradas. En los muros laterales se abren sendas hornacinas que contienen las imágenes de San Miguel (izquierda) y Santa Gertrudis (derecha), ambas del siglo XVIII. Sobre las hornacinas se sitúan escudos en madera policromada del Obispo de Jaén, Fray Benito Marín (1750-1769). Los paramentos de la ermita quedan decorados con un zócalo de bellos azulejos. 

Interior de la ermita de Chircales
(foto: archivo propio)

El exterior es sencillo. La única fachada exenta es la principal, dado que el oratorio queda rodeado de otras construcciones del santuario. La puerta adintelada tiene sobre ella el escudo de Fray Diego Melo de Portugal y Villena (Obispo de Jaén entre 1795 y 1816), del que ya apuntamos su relación con Valdepeñas. Sobre el escudo, un óculo, y remata la fachada una pequeña espadaña.
El entorno del acceso a la ermita es muy agradable. Nos dan la bienvenida frondosos árboles que dan buena sombra, una pequeña cascada de agua y un humilladero de piedra. Un gran arco de medio punto en ladrillo junto a la antigua casa de la comunidad eremita nos introduce en la lonja de la ermita, con su pequeña fuente y dos altas palmeras, celosas centinelas del Santo Cristo de Chircales.

Entrada al santuario, con la pequeña cascada a la derecha y la cruz de humilladero a continuación
(foto: archivo propio)
 

Arco de entrada a la lonja de la ermita
(foto: archivo propio)

Rincón de la lonja de la ermita con macetas y una fuente de piedra
(foto: archivo propio)

Fachada de la ermita
(foto: archivo propio)
 

Bibliografía:

- Infante Martínez, Juan. Historia de la Cofradía del Cristo de Chircales. En Lugia (nº 16, 18, 20, 22).
- Martínez Cabrera, Félix. Chircales y su Cristo. Jaén, 2000.
- Martínez Cabrera, Félix. Historia de Valdepeñas de Jaén. Jaén, 2003.
- VVAA. Jaén, Pueblos y Ciudades. Jaén, 1997.
Valleclaro (Blog sobre Valdepeñas de Jaén).


El Molino-Museo de Santa Ana en VALDEPEÑAS DE JAÉN


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Vista exterior del molino-museo de Santa Ana en Valdepeñas de Jaén
(foto: archivo propio)

¿CÓMO LLEGAR?

Plano de situación del Molino-Museo de Santa Ana en Valdepeñas de Jaén

Municipio: Valdepeñas de Jaén
Localización: SO de la Provincia de Jaén
Comarca: Sierra Sur
Distancia a la capital: 36 km.
Acceso: carretera A-6050
Dirección: C/ Santa Ana, 29
Teléfonos de contacto: 953310044 / 953310798 / 953310111

El molino-museo de Santa Ana se encuentra en la localidad de Valdepeñas de Jaén, situada en la comarca de la Sierra Sur, a 36 km. de la capital por la carretera A-6050.
El edificio se localiza en el Oeste del casco urbano de la población, en la Calle Santa Ana, casi en la salida ya por la estrecha carretera que conduce a la ermita del Cristo de Chircales, patrón de Valdepeñas de Jaén, y muy cerca del cauce del río de la Ranera.

ORIGEN DEL MOLINO ALTO DE SANTA ANA

Valdepeñas de Jaén fue fundada en 1539 como una nueva población dentro del proyecto de colonización y repoblación de las sierras situadas al Sur de Jaén emprendido en 1508, tras la normalización y definitiva integración del reino de Granada. Desde 1539 fue trazándose y construyéndose el urbanismo en damero de la naciente población, según los principios urbanísticos renacentistas. Hacia 1550 el núcleo estaba constituido plenamente, aunque como lugar dependiente de la jurisdicción de Jaén. La pujanza e incipiente actividad económica y social del lugar de Valdepeñas originó la petición hecha al rey Felipe II, por parte del Cabildo municipal, de la concesión de jurisdicción propia, alcanzando el estatus de villa independiente en el año 1558.
En los documentos fundacionales de Valdepeñas (1539) se preveía la construcción de molinos señalando lugares para tal fin, concretamente en la Torrentera de los Osarios, usando las aguas del Vadillo de los Berros y la fuente de los Chorros. Se concedieron estos lugares a censo en pública subasta, recayendo en el vecino Juanín LeClerque. El beneficiario tendría que pagar un canon anual consistente en el pago de 70 fanegas de trigo anuales al Concejo de la villa a cambio de esta cesión perpetua o por largo tiempo. Además, el contrato establecía el monopolio de la construcción de molinos, por lo que Valdepeñas contó con dos molinos hasta el siglo XIX: el Alto de Santa Ana y el Bajo de Santa Ana.

EL MOLINO ALTO DE SANTA ANA
MÁS DE CUATRO SIGLOS DE HISTORIA

El molino Alto de Santa Ana fue el primero en funcionar en Valdepeñas, comenzando a moler el día el 15 de agosto de 1540 y contaba con dos piedras de molienda. Su dueño, Juanín LeClerque, construyó más adelante un segundo molino, llamado el Bajo de Santa Ana, que también disponía de dos piedras. Este último no se conserva en la actualidad.
LeClerque, natural de Flandes, fue un criado del Emperador Carlos I, que llegó a Valdepeñas durante la repoblación en 1539. Su hijo, Diego LeClerque vendió los molinos a Agustín de Arceo, su padrastro, tras casarse con la viuda de Juanín LeClerque.
Desde finales del siglo XVI hasta el siglo XX, los molinos se engloban dentro del Mayorazgo de los Arceo. Este Mayorazgo fue fundado por el mencionado Agustín de Arceo en 1576 con los bienes que poseía en Valdepeñas. El Mayorazgo fue heredado por numerosos descendientes, llegando incluso a perderse el apellido de los Arceo, que fue sustituido por el de los Gamboa, cuando Manuel Gamboa y Hurtado de Mendoza, oidor de la Real Chancillería de Granada, casa con Josefa de Aguilera Miranda‑Arceo.
En el siglo XVIII hubo de ponerse en práctica la claúsula del contrato que establecía el monopolio de los molinos. En 1787, el batán de la localidad, que había sido construido por doña Catalina González de Medina, y que se había utilizado hasta entonces para escardar lana, fue transformado en molino. Los Arceo pusieron entonces unos pleitos pues se había atentado contra el derecho único que el Mayorazgo tenía sobre las aguas y los molinos de Valdepeñas, al convertir en molino el batán. Éste había pasado en propiedad al Marqués de Navasequilla, quien finalmente perdió estos pleitos en 1815 y hubo de entregar al Mayorazgo de Arceo la propiedad del batán, en pago de las costas. El Mayorazgo poseía, de esta manera, tres molinos en Valdepeñas a partir de este momento.
Una vez que se suprimen los mayorazgos se puso fin también al monopolio que sobre los molinos poseía el Mayorazgo de los Arceo. Es en esta época (último tercio del siglo XIX) cuando se construyen un buen número de molinos en Valdepeñas, llegando a existir hasta nueve molinos de harina. Entre ellos se encontraban los molinos del Estanquillo, Fuente de los Chorros, Molinillo, Veredón y Chircales. Buena parte de estos molinos se fueron perdiendo con el tiempo, la mayoría anegados por el agua.

 Piedras del molino
(foto: archivo propio)

 Uno de los rodeznos hidráulicos que movían las piedras de moler
(foto: archivo propio)

Desde 1904 el Molino Alto de Santa Ana pertenece a descendientes de los Marqueses de Navasequilla, naturales y vecinos de Valdepeñas, hasta que en 1931 el molino es vendido a Jacinto Parra Martínez, vecino también de Valdepeñas y molinero. Es la primera vez que el molinero pasa a ser propietario del molino. Hasta la fecha los propietarios del molino se limitaban a explotarlo y a arrendarlo a quienes trabajaban en él. En 1979 y debido a su bajo rendimiento, es cerrado después de más de cuatro siglos de actividad. En la actualidad, el molino, reconvertido en museo, sigue perteneciendo a la familia Parra, concretamente a los hermanos Serafín y José Parra Delgado.
En 1998 es declarado Bien Cultural por la Junta de Andalucía. En 1999 se crea la Asociación Cultural "Molino Alto de Santa Ana", que se ocupará de la restauración del inmueble y la creación del museo, con la participación de fondos europeos. La inauguración del edificio tiene lugar en verano de 2001.

LA ESTRUCTURA DEL MOLINO-MUSEO

El edificio que alberga el molino ha sufrido numerosas reformas desde su creación. En la actualidad podemos encontrar una edificación de tres plantas, de forma irregular. La construcción se encuentra en bancadas, adaptándose a la falda de una ladera. La entrada al edificio se hace por un amplio zaguán en el que hay expuestos infinidad de objetos relacionados con oficios tradicionales, así como otros domésticos o decorativos, pero sin perder ese toque costumbrista y sabor de antaño. 

Zaguán de entrada del edificio
(foto: archivo propio)

De aquí se pasa a una pequeña estancia, la "cocina", en la que se muestran, de nuevo, todos esos cacharros y enseres que muchos hemos visto en casa de la abuela.

La "cocina"
(foto: archivo propio)

La cocina está contigua al patio. Podemos contemplar en él dos grandes piedras del molino para moler el trigo y un pequeño lavadero techado. De aquí parte una escalera que asciende hasta una pila que recibe el agua que, canalizada a partir de este punto, es la responsable del funcionamiento del molino, moviendo los rodeznos. Hasta 1985 se conservó la alberca original.


Pila recptora del agua que mueve los rodeznos
(foto: archivo propio) 
  
La zona más interesante del molino es precisamente la que alberga la maquinaria que permitía su funcionamiento. En este ala, la planta baja, semisubterránea, está ocupada por dos cárcavos, huecos en la roca donde giran los rodeznos. Probablemente sea la única parte del edificio que no ha sufrido modificaciones desde su creación. Está construida con sillares, con un acabado muy tosco. Las bóvedas de los cárcavos son desiguales; una alcanza 1,8 metros de altura y la otra 1,95 metros.

 
Funcionamiento de los rodeznos
(vídeo: archivo propio)


Encima de los cárcavos se encuentra la sala de molienda. Dos poyetes de obra soportaban las piedras de molienda. En la actualidad sólo permanece una, pues en lugar de la segunda piedra encontraremos un conjunto de transmisiones.

 
Sala de molienda
(foto: archivo propio)

 
Sala de molienda
(vídeo: archivo propio)

Por una escalera se accede a la segunda planta, o sala de limpia, donde podremos observar la maquinaria específica de limpia y lavado del grano, y de obtención de la harina.

 
Sala de limpia
(vídeo: archivo propio)

La fuerza motriz para accionar todas las máquinas la proporcionan los dos rodeznos. El movimiento de la maquinaria se encuentra dividido en dos cadenas cinemáticas, o conjuntos de máquinas enlazadas y sincronizadas entre sí, que corresponden a su vez con las dos fases de la fabricación de la harina: limpieza del grano y molienda‑cernido de harinas. Cada una de estas cadenas está accionada por uno de los dos rodeznos.

EL TRABAJO EN EL MOLINO

El trabajo en el molino se repartía entre tres personas. El molinero, que ejercía como capataz y maestro, realizando los contratos y llevando la contabilidad. El ayudante del molinero era el que controlaba todo el proceso y conocía a la perfección el funcionamiento de la maquinaria. El repartidor o peón arriero se encargaba de repartir, ayudado de una caballería que cargaba los costales, la harina molida por las casas que habían llevado su trigo al molino.
En  cuanto a la retribución del molinero, el trueque fue el método más común. En principio se cobraba la maquila, un porcentaje en especie -generalmente harina- sobre lo molido. Durante la posguerra, se pierde este sistema de la maquila en Valdepeñas y el Molino Alto de Santa Ana pasa entonces a producir pan a cambio de vales.
Ser molinero era una profesión que permitía vivir, si bien no enriquecía. No obstante, el Molino Alto, el más importante porque abastecía de harina a todo el pueblo y el más rentable, ya que no le faltaba el agua y, por tanto, podía estar funcionando constantemente, ofreció a sus propietarios posibilidades y recursos fuera del alcance de muchos de los vecinos del municipio.
El Molino Alto de Santa Ana estuvo funcionando todos los días del año durante las 24 horas del día desde su creación en 1540. Como mínimo, molía las 12 horas de la noche. Tan sólo detenía su labor el Viernes Santo.


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